Diego Pombo - Pintor |
Por Manuel T. bermudez
La admiración por Simón Bolívar, el libertador
de 5 repúblicas, nos viene desde la escuela cuando los profesores nos hablaron
de un venezolano que decidió dedicar su vida a dar libertades y a combatir los
opresores y la opresión.
También nos enseñaron que hizo un juramento,
delante de Manuel Rodríguez, su tutor y mentor,
en el Monte Sacro de Roma en el que dijo: “¡Juro delante de usted; juro
por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi
Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya
roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!
Desde esas lejanías hasta hoy cuando nos hablan
de Bolívar nos llega la imagen de un hombre sobre un corcel Moro (blanco) que
libró mil batallas contra los españoles. Como héroe avanza en su caballo por el
cielo de los inolvidables, pero poco nos preguntamos por el hombre, por el ser
humano que era don Simón, por los amores para el descanso de la guerra en las
soledades del triunfador.
Porque Bolívar, luego de que cumplimos con las
tareas del colegio para complacer a nuestro profesor de historia patria y nos
aprendimos de memoria una historias sin gracia llenas de fechas cañonazos y
muertos, empezamos nuestras lecturas
para andar nuestra vida y descubrimos otra historia del “negro venezolano”.
Era un ser humano que quería con intensidad,
amaba como aman los hombres que cotidianamente desafían la muerte y buscan como
el poema a “dios en los brazos de una mujer”.
Los nombres de sus amores que registró la
historia nos cuentan de María Teresa Toro y Alayza, su
esposa, por la que se hincó ante el altar e hizo el juramento que solo se rompe
con la muerte.
Luego entra a la escena Fanny du Villars, la pariente que le hizo
disfrutar el amor en París la ciudad de
los amores sin tiempo.
En el bajo magdalena colombiano el Coronel Bolívar conoce a Anita Lenoit,
de padres franceses que le da al libertador, a sus 17 años, un amor fugaz pero
intenso. Luego enamoró a Juana Pastrano Salcedo, y posteriormente el amor
llegaría hacia el con el nombre de Josefina Machado, quien le acompañó por un tiempo.
Nombres que seguramente evocaba entre el ruido de los cañones y los ayes
de los heridos o que se le aparecían en noches de soledades.
Dicen que la hermana del coronel Soublette, Isabel Soublette, también fue
su amada, y agregan los historiadores, que el ascenso de Soublette a segundo
jefe del Estado Mayor se debió a esa relación de libertador con la hermana del
coronel.
Luego vendrían otros nombres que mantenían el corazón en acelere
constante al genial Bolívar: Julia Corbier, Bernardina Ibáñez, “La melindrosa”,
Manuelita Sáenz, “La libertadora del libertador”, Teresa Laines, Manuelita
White, Joaquina Garaicoa, Teresa Mancebo, Aurora Pardo y otras de las que sólo
su corazón enamorado conocía los nombres y eran pronunciados en sus soledades o
en los oídos de las amadas.
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