Textos que compartidos se vuelven viajeros.

19/1/24

No juzgar / Por Manuel Gómez Sabogal

 En algún momento, usted y yo hemos visto, leído o nos han contado que alguien cayó en desgracia. Esperamos que nos cuenten qué pasó, por qué, qué sucedió. No quedamos satisfechos hasta no saber exactamente todo el cuento. Luego, hablamos, respondemos, analizamos, sacamos conclusiones.

 Si alguien cae en desgracia, no hay por qué sentir alegría. No hay por qué regocijarse. Esa persona merece respeto.

 Hay momentos en la vida en los cuales es mejor callar y no decir algo al respecto. Es preferible esperar a que las cosas pasen. Pero, no es para alegrarse de las penas ajenas.

 Hay momentos en los cuales es mejor digerir la información, entenderla, pero no acusar, sentir que así debería haber sido, crucificar. Una sanción jamás implica motivaciones. También, a veces podemos deducir que una sola persona puede no ser la única culpable. Los demás, los que también estuvieron en el procedimiento que llevó a la sanción, desaparecen como por encanto. No sabemos dónde están o qué va a pasar con ellos.

Lo cierto es que una persona, el ordenador del gasto, es el principal culpable. Y la justicia, a veces, es injusta. En este país, los castigos son merecidos para unos, pero exagerados para otros. 

Hay momentos en los cuales es mejor invitar a reflexionar, a pensar, a entender. Todas las personas merecen respeto y no hay por qué alegrarse de lo que pueda ocurrirles en momento alguno.

Así mismo, los titulares no tienen por qué ser amarillistas. Deben ser más objetivos, serios y muy respetuosos.

La prensa y las redes sociales se encargan, en ocasiones, de acabar con las personas sin dejar que se defiendan. Y en muchos casos, todos se equivocan. Ya no hay algo para hacer, así borren lo que escribieron o se retracten. La imagen de la persona o los ofendidos, ha quedado por el suelo.

Recuerdo una pequeña historia o cuento:


Contaba un predicador que, cuando era niño, su carácter impulsivo lo hacía estallar en cólera a la menor provocación.

Luego, casi siempre se llenaba de vergüenza y arrepentimiento por lo que había dicho o hecho. Batallando para disculparse a quien había ofendido.

Un día su maestro, que lo vio dando justificaciones después de una explosión de ira a uno de sus compañeros de clase, lo llevó al salón, le entregó una hoja de papel lisa y le dijo:

—¡Arrúgalo! -recordaba el predicador, que no sin cierta sorpresa, obedeció e hizo con el papel una bolita. —Ahora —volvió a decirle el maestro— déjalo como estaba antes.

Hay momentos en los cuales es mejor callar, esperar y no sentirse los mejores jueces del mundo.

Somos dados a juzgar a los demás, fácilmente. Casi que de inmediato, sentimos que esa persona merece un castigo ejemplar. Así, sin saber qué pasó, qué sucedió realmente. Eso no importa. El hecho es que tiramos la piedra y que se pudra.

Y si conocemos a esa persona, peor. Inmediatamente, decimos que no la conocemos, como Pedro negando tres veces a Jesús. Somos realmente hipócritas y convencidos de que somos jueces de los demás.

 Por favor, no juzguemos. Esperemos que todo se aclare.

 



 

 

 

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11/1/24

Métete en su vida / Por Manuel Gómez Sabogal

Aunque tu hijo te diga “No te metas en mi vida”, haz lo contrario. Es muy importante y más en esta época tan difícil. Los padres de hoy en día, temen a sus hijos. No son capaces de dictar normas en el hogar, pues son ellos quienes parece que fueran dictadores y se creen inmanejable y antes que nada, independientes y libres para tomar decisiones.

A muchos jóvenes no les importa si sus padres trabajan, se esfuerzan y buscan que sus hijos sean mejores. Imponen sus reglas y sus padres “obedecen”, no son capaces con ellos.

Recuerdo algo sucedido en unauniversidad en Cali. Yo estaba hablando con la decana de una de las carreras y de pronto la secretaria entró y dijo:

* Doctora, la necesita la mamá de una estudiante.

* Claro. No hay problema. En  un momento la atiendo.

Yo le dije que esperaría a fuera, pues me interesaba conversar con ella. Aceptó y esperé, pero alcancé a escuchar la conversación con la señora.

* Buenos días. Bienvenida. ¿En qué le puedo colaborar?

* Doctora, soy XX, mamá de YY. Ella estudia aquí en 4o semestre.

* Un momento, por favor. Secretaria, por favor, revise los documentos académicos de YY.

* Con gusto.

Al rato, regresó la secretaria con unas hojas en la mano.

* Doctora, ella sí está matriculada, pero este semestre no ha venido a clases. Aquí está relacionado todo.

* ¿En serio? Eso no puede ser. (dijo la madre) Siempre madruga para venir a la universidad.

* Señora, lo siento, pero esta información es la que hay en los archivos. Es clara y muy diciente.

* ¡No puede ser! Le doy dinero para sus materiales, cada vez que me pide. (empieza a llorar).

* Señora, nada podemos hacer al respecto. Lo siento mucho, pero esa es la realidad. Además, es la primera vez que usted viene a esta oficina en cuatro semestres. 

La señora salió llorando.

Al rato, entré y le dije: ¿me entiende porqué vengo cada quince días, converso con los docentes y la saludo a usted?

Mi hija estudiaba allí y yo siempre iba a hablar con los docentes. Ella lo sabía. Lo hice en el colegio, también.

Esa conversación anterior, fue real, sucedió en una universidad caleña. Aunque los hijos sean grandes, estén en la universidad, debes estar al tanto de lo que hacen, sus estudios, conocer a los docentes, preguntarles por los hijos, su rendimiento. Aunque te digan: “¡Qué oso!”, no importa

Siempre serán tus hijos. ¡Métete en su vida!

Aprendí que debes ser así. Conocer los docentes, saber sus problemas, abrazar a tus hijos siempre.

Los docentes de mis hijos en colegios y universidades siempre me conocieron, charlaron conmigo y en algunos casos, todavía nos saludamos, porque no solamente iba a recibir notas, sino que buscaba cualquier pretexto para saber cómo iban en sus estudios y qué aportaban.

Nunca me arrepiento de haber sido así.



 

 

 

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