Charlemos
Por Manuel Tiberio Bermúdez
El bus que me lleva hacia la rutina cotidiana está atestado. La congestión se
debe al espacio que ocupan los sueños que se quedaron sin concluir al
levantarnos y se instalan al lado de
cada uno de quienes viajamos en el bus.
Junto a la ventanilla cercana al conductor, una mujer arrulla su desvelo
por el hijo que no llegó a casa la noche anterior. Más allá, una chica sonríe
en solitario y todavía la emoción del
amor vivido la noche anterior repite una
sonrisa en su rostro.
Por acá, un muchacho ensaya la lección que le dará el tiquete de aprobación
al conocimiento calificado. Dos sillas hacia mi derecha, una mujer trata de volver
a dormir para finalizar el sueño que no dejó terminar el reloj despertador.
Al conductor parece que nada le preocupa, espanta su fatiga repetida los continuos repiques del timbre anunciando
un pasajero que desciende.
De pie, un carterista mide el cabeceo de su objetivo adormilado a sólo tres dedos de
sus manos hábiles…sueña con lograr lo
justo para su porción de evasión y así empezar el día.
Una chica, con más piel que tela para mostrar mira y remira la foto en la
hoja de vida que le abrirá las puertas de las posibilidades de una nueva vida.
Allá, otra muchacha con el cabello aún mojado, ensaya mentalmente la excusa
para explicar la ausencia de casa la noche anterior y revisa en el espejo sus
ojeras que señalan la respuesta a su ausencia.
Y yo aquí, observando tanto sueño empezado, tanta vida agitada, tanta
pesadilla inconclusa.
Afuera del bus, el
día aguarda agazapado para aventarnos su monotonía repetida, para decirnos de
nuevo empieza la rutina.