Siempre alegre, "Chucho" ponía la nota de humor. |
Por Manuel Tiberio Bermúdez
El recuerdo más lejano que tengo de Jesús Antonio
Jaramillo Tobón, es el de cuando tenía su famosa prendería “La Mina”, en la
calle 9.
Para ese momento, yo era un niño, y en el
lugar tenía algunos artículos en las vitrinas que yo no paraba de admirar cada
que tenía oportunidad. Eran vasijas de barro que muy seguramente él comparaba a
los guaqueros de aquella época pero que para mi tenían un especial encanto.
Don Jesús fue perdiendo su nombre en el
afecto que se ganó entre los caicedonenses y todo el mundo le nombraba como don
Jesús o Chucho Calandria.
Dueño de un temperamento alegre y
dicharachero, era notoria su procedencia paisa. Había llegado a Caicedonia desde
su natal Andes y se trajo con él el espíritu de negociante con el que tuvo
éxito en Caicedonia.
Durante la protesta cafetera. En la foto Jorge Robledo y otros manifestantes. |
Muchas son las anécdotas que se le atribuyen
a “Chucho” pero una de las más recordadas fue el matrimonio de Casilda y Conde.
Ceremonia que fue acolitada por el párroco del momento.
Alguna vez, cuando una protesta cafetera, una
delegación de Caicedonia viajó a algunos municipios de Antioquia para apoyar la
actividad que buscaba reivindicar los cafeteros del país, siempre tan maltratados
por el gobierno central.
Como parte de la comisión estaba “Chucho” y
otros activistas cafeteros de Caicedonia y de otras regiones del país como, Jorge Enrique Robledo. Yo iba en calidad de
periodista, con el Jorge Eliecer Díaz, “El
Mono Díaz”, camarógrafo, registrando la
actividad para luego hacer unas notas para el canal local.
Al regreso de Andes, en las horas de la
tarde, había un derrumbe en la vía que nos impidió continuar nuestro recorrido
y tuvimos que parar en una casa que
había a la orilla del camino.
Por esas cosas de la suerte, logramos que
quienes habitaban el lugar nos acomodaran a 4 personas, en una casa de dos pisos que quedaba cerca al sitio
en donde estábamos.
Era una casa totalmente sola, pero muy
limpia, con varias piezas y camas suficientes para varias personas. Para nuestra
sorpresa en la cocina había una gran olla llena de café que notamos se podría
utilizar para dar la bebida a mucha gente. En la cama que yo escogí para pasar
la noche, por deferencia de nuestro incognito
anfitrión, había un cinturón militar. Eso y el café nos hicieron sospechar que la
casa aquella podría ser un sitio de paso o de descanso de la guerrilla pues estábamos
en un sitio alto y montañoso. Y las personas que nos habían atendido en la
primera casa cada determinado tiempo quemaban papeletas sin ton ni son, cosa
que dedujimos, eran señales para alguien.
Con estas deducciones sacadas por los
indicios ya mencionados nos acostamos con el convencimiento de que estábamos en
una casa de descanso de la guerrilla, pero que quien sabe porque circunstancia
se habían compadecido de nosotros y nos habían permitido usarla para pasar la
noche, mientras el resto de compañeros permaneció en la primera vivienda incómodos
y sin camas en las que descansar.
Lo cierto es que el cansancio hizo que guardáramos silencio en
busca del sueño. Pero de repente en la cocina que estaba en la parte baja
comenzó a sonar música a gran volumen.
“Chucho” dejó oír su voz para decirnos por
encima de una canción de carrilera:
“Estos hijueputas son como los indios…nos van
a matar y por eso ponen música”.
El sonido de nuestras carcajadas fue lo
último que se escuchó aquella noche en el lugar antes de entregarnos
definitivamente al descanso.
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