Por Manuel Tiberio Bermúdez / charlemos@gmail.com
Mi abuelita que vive en
Caicedonia, me escribió esta carta que comparto con mis lectores:
Apreciado…nieto:
Espero que estés bien y muy juicioso ahora que se inicia la navidad. A usted que le gusta escribir cosas le quiero con esta cartica hacer unas preguntas que se me vinieron a la mente anoche mientras preparaba las maletas para irlo a visitar la otra semana.
“Llegó la época de navidad y en
Colombia ha empezado a nevar… ¿Qué no?, que aquí no cae nieve…
Si es así, entonces, ¿por qué
desde ya se ve en los hogares, los almacenes, los centros comerciales, y cuanto
edificio quieren enlucir para la época, que hay árboles llenecitos de nieve, mientras nuestro tradicional Niño Dios, arrinconado en
una caja de cartón en el cuarto de San Alejo, se muere de olvido, porque a
nuestros muchachos de hoy les da “oso” el pesebre.
Nos cambiaron el pesebre,
nacimiento o belén como se le llamaba, por un señor regordete que se ríe por
cuotas: jo jo jo; que anda en un trineo tirado por unos renos que vuelan y que
se llama: Papá Noel, Santa Claus, Viejito Pascuero, o San Nicolás.
¿Y qué lo trajo a nuestras
tierras? Pues la antigua costumbre de copiar todo lo del extranjero, la manía
de imitar todo lo foráneo nos trastrocó el pesebre de antaño por el Papá Noel un
señor que si acaso lo recordamos como una marca de galletas. Nos cambiaron la
historia de la humildad con la que gran parte de la humanidad celebra el
nacimiento de Jesús, y que se representaba en ese pesebre hecho en familia, al
que no podían faltarle el buey, la mula, la Virgen y José, y claro, el niño, el
que nunca supe, porque extraña circunstancia lo personificaban con una pierna
casi cruzada.
Nos cambiaron esa estampa en la
que la humildad es representada por el nacimiento en un establo con calefacción
animal, pues dice la tradición que el asno y el buey con su aliento
calentaron al niño, por el Papá Noel, quien anda en unos renos
que si acaso hemos visto en películas o especiales de la “National Geographic”,
y que viste como si fuera para una convención liberal.
Además de lo anterior, nos llenaron de nieve nuestros árboles de
navidad en un país que lo más cerquita
que hemos estado de algo parecido a una nevada, es cuando abrimos el congelador
de nuestra nevera casera, en el que tirita un helado que nunca consumimos.
Así somos nosotros. Cambiamos el “tutaina tuturma, tutaina
tuturumaina” por un coro que no sabemos qué dice: Jingle bells, jingle bells,
Jingle all the way y que tararean nuestros niños en un remedo de villancico.
Llegó la navidad, la época de la
nostalgia por las cosas sencillas que se llevó el afán de imitar esas culturas
cargadas de elementos que nada nos dicen, pero que los que se empeñan en
parecerse a otros impusieron en un colectivo
que se apena de lo propio y copia, como al carbón, lo que no nos pertenece pero
que se imaginan, los hace importantes.
De todas formas: Merry Christmas…perdón: feliz navidad para
todos sus amigos y para usted.
No lo molesto más, mijito, allá nos vemos en la Feria. Su
abuela preferida.
Se derrite la nieve en los edificios que buscan imitar una nieve que no tenemos. |
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