Con Nereo, en Manhattan |
Por Manuel T. Bermúdez
Estaba yo recién desempacado en la Gran
Manzana, y desde el comienzo nos “caímos bien”, pues él desde su costeñidad
todo lo volvía una fiesta. La bonhomía que irradiaba era contagiosa y yo como
buen montañero, era permeable a sus salidas alegres.
Alguna vez me invito a caminar la New York
que él quería, y nos llevamos cada uno nuestras cámaras. “Por lo que pueda
pasar”, apuntó.
De repente me dijo: “Lo voy a llevar a un
lugar en donde se dará cuenta de lo que es un orgasmo”.
“Pa´las que sea, Nereo le dije y salimos a
caminar la ciudad. Tomamos los trenes,
que él conocía a la perfección pues se movía por la ciudad con la
solvencia de quién hace suyo un territorio. Su edad no era impedimento para
“tirar calle” como decía.
Inicialmente me llevó a un sitio de comida
Buffet. Era un lugar inmenso con góndolas de comida que de solo mirar uno
empezaba a sentir llenura. Comimos y emprendimos el camino hacia el sitio
prometido.
“Barriga llena; nueva york es mía” pensé
desde el paisa que me habita. Y nos fuimos al 420 Ninth Ave, no sin antes
hacernos una foto en la que el Empire State, nos servía de fondo para presumir
a futuro, o al menos yo, que estaba de paseo.
En la dirección ya señalada, entramos a un enorme
almacén, una de las tiendas más famosas y grandes de productos fotográficos que
hay en New York, y la que según dicen, es visitada por más de 5 mil personas
cada día. Quien guste de la fotografía, esté en New York y no visite este
almacén no está en nada.
Eran tres pisos de sofisticados equipos, que
a uno como fotógrafo, hacían que chorriara la baba: cámaras, camaritas,
camarotas, lentes de todo tipo en fin, era un templo al mundo de la fotografía
pero para que se hiciera el milagro completo nos hacía falta…ya lo adivinaron:
los dolorosos o verdes que les llaman.
“Te lo dije, este lugar produce orgasmos”…me
decía Nereo constantemente mientras sus ojos claros analizaban algún equipo de
los que allí se exhibían.
Luego en otras ocasiones, Nereo iba a la casa
del Poeta, ubicada en Manhattan y
pasábamos tardes enteras tomando un poco de vino y escuchando sus historias que
nunca se cansaba de contar, o gozando con su humor de nunca acabar porque
siempre tenía un apunte para compartir y producir una sonrisa.
Hoy me enteré de la muerte de Nereo y me
dolió ese lugar en el que dicen que queda el alma. Recordé su errabundaje por
esa ciudad hermosamente despiadada con los sueños de tantos y a la que muchos
han viajada porque creen que New York es el cielo.
Cuando fui a regresar a Colombia, Nereo me
obsequió una hermosa foto con su autógrafo. Recuerdos del recuerdo que guardo
con afecto.
En los
ojos de Nereo, viajaba el mar dejado en lejanía y en su risa se percibía la
costa tan amada. Como siempre, uno se lamenta de que la muerte se lleve
hermosos seres humanos, porque ese era, Nereo López, un bello ser humano.