Textos que compartidos se vuelven viajeros.

25/4/12

Semana Santa de ayer




Por Manuel Tiberio Bermúdez


Son las dos de la tarde. Hacía algún tiempo no venía a Caicedonia y aprovecho esta Semana Santa para visitar la ciudad, para buscar el encuentro con los amigos, para ponerme al tanto  de las novedades del pueblo.

Camino por la carrera 16 que a esta hora esta muy sola para ser el día que es: Jueves Santo. Saludo al vendedor de dulces que otrora me surtiera de cigarrillos menudeados para espantar el ansia. Una brisa empieza a caer y a medida que avanzo se intensifica.

Enfilo mis pasos hacia dónde mi amigo Alberto Ríos, “Atalaya”. Siempre soy bien llegado a su casa, siempre me siento bien visitándolo y compartiendo con Alberto, por cuyas manos han pasado momentos memorables de la historia de este pueblo: noticias buenas, malas, y también los textos de quienes han historiado la ciudad, hoy centenaria.

Toco en la  puerta de entrada a su casa  y pronto asoma por la ventana la cabeza de Alberto.
¡Hola don Tiburcio- es su saludo amable, mientras hala la “piola” que me permite el acceso a su casa tantas veces visitada.

El saludo afectuoso de siempre, las palabras de bienvenida y me invita a la sala. Sobre la mesa de centro, tres revistas Semana y un libro del que no alcanzo a leer su título. Alberto, para quienes no lo saben es un gran lector.

Hablamos de los últimos sucesos del país. De la liberación de los policías y militares retenidos, de los reveses por los que pasa el alcalde Petro en Bogotá, de la última columna de Daniel Samper Ospina, “quien superó hace rato a  su papá”. De cómo se vuelve cada vez más complejo lo de la restitución de tierras pues ya son varios los beneficiarios que han resultado asesinados, en fin, la charla es amena y variada.

De pronto Alberto,  como por arte de prestidigitación, hace aparecer una botella de Whisky.

¿Se va tomar uno, pero le va a tocar solo porque yo no estoy tomando”, me advierte mientras pone en la mesa una botella de “Old Parr”  y un vaso. 

Sirvo un trago generoso. Sé  que sabe bien remojar las palabras con un buen licor.  Hablamos y hablamos…hasta que suenan golpes en la puerta de entrada.

Alberto se asoma a la venta y me dice: “Es mi hijo que viene de Medellín”. Saludos de afecto, bienvenida al viajero que se suma a la conversación contando los pormenores del viaje, las horas de la espera para abordar el bus y la feliz llegada a la tierra que tanto se ama.

Al poco rato nuevos golpes en la puerta y esta vez es otro de sus hijos, su nuera y dos nietas. Los recién llegados se despachan en besos al “abuelo”, quien devuelve afecto en sonrisas.
Momentos más tarde la casa tiene un aroma a café recién hecho. Y el ofrecimiento no se hace esperar. ¿Un tintico?.
El whisky queda relegado al olvido momentáneamente mientras el aroma y el sabor de café recién colado llena nuestros paladares.

De pronto salta el tema como si hubiese estado agazapado para darnos una sorpresa. “Esos muchachos de ahora no dejan para nada esos celulares”,  dice alguno de los que estamos en la sala. Ya ni tiempo de hablar con uno tienen pues a toda hora están pendientes de esos aparatos”.

En efecto, una de las chicas manipula su celular, mientras sonríe. Alguna charla la tiene prendida al aparato. Y entonces iniciamos la conversación sobre la modernidad y lo que se fue, charla  que inevitablemente nos lleva también a cómo se realizaba la Semana Santa antaño.

Estos pelados de hoy –dice Alberto- no saben como eran antes los Días Santos. Hoy muchachos y muchachas pueden ir juntos en las procesiones, tomados de la mano. Antes, -rememora-, el sacerdote oficiante decía: “los hombres a la izquierda y las mujeres a la derecha” y entonces sólo quedaba el consuelo de las miradas furtivas.

La chica del celular se interesa por el tema: “¿Era que no podían ir juntos? –pregunta-.
Noooo, responde Atalaya. Y saca a colación el viejo chiste surgido de de esa separación. El sacerdote decía: “Los hombres se miarán a la derecha y las mujeres se miarán a la izquierda”.

Inmediatamente recordamos la famosas “vueltas al parque”. Chicos y chicas daban vueltas al Parque,  unos en busca de la conquista de las chicas a las que previamente se le había enviado “saludes” con la amiga de ella  y las otras, luego de “retornar las saludes”,  esperando que el enamorado se armara  de valor y decidiera dar la vuelta que casi siempre terminaba en noviazgo.

Tercio en la charla para recordar otros aspectos de ésos tiempos: “No se olvide que en épocas anteriores no se podía cocinar ni el jueves ni el viernes santo.  Además uno no se podía bañar porque si lo hacia se podría convertir en pescado. Y nada de cortar leña porque podría estar cortando a Jesús” –eso nos lo decían los mayores.

“Ah, -recuerda Alberto-, lo bueno de la Semana Santa, era el “estren”. La nieta mira extrañada y Alberto explica. “Antes era casi que obligatorio usar ropas nuevas en la Semana Santa, para salir a las procesiones con mucha dignidad y muy bien vestidos. Y claro, como el dinero nunca ha abundado, pues los padres de uno guardaban la mejor ropa en cajones con alcanfor…y por eso en las procesiones el olor a cirio ardiendo y a alcanfor predominaban”.

Cada uno de los contertulios habla sobre el asunto y recuerda algo que compara el ayer con ese hoy en el que a esta época se le llama “Parranda Santa”.

“La música era otro tema de respeto. Las emisoras radiaban música clásica, mientras que por los parlantes del Teatro Aladino, Héctor Osorio, inundaba el Parque Principal y sus alrededores con música de  Mozart; Chopin; Bach y otros músicos que sonaban extraños a  los oídos de un pueblo acostumbrado a las rancheras y los tangos. Pienso que de ahí quedó en nuestro vocabulario de denominar cualquier música clásica como “música de Semana Santa”.

La lluvia da tregua. Son más de las cinco de la tarde y hay que partir. Ha sido un rato ameno, cargado de recuerdos y del descubrimiento de historias nuevas  para los jóvenes.

Doy otra vuelta por el pueblo sin encontrar a nadie conocido.

Subo por la carrera 16 y paso por lo que en el pueblo se llama “La Zona Rosa.” Por las estrechas puertas de algunos de los  negocios ya empiezan a lanzar, a todo volumen,  música estridente, mientras unas chicas sentadas en la acera juegan a aparentar  ser felices.

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