Por Manuel Tiberio Bermúdez
Está en la calle, en una banca del Bulevar en Cali. Es un hombre joven que
teclea en una vieja máquina de escribir.
Lo primero que a uno le causa curiosidad es la máquina antigua marca Brother en la que él teclea los textos.
Lo segundo, el sonido característico de la campanita al terminar un párrafo; y
lo tercero, el aviso que tiene al pie de su aparato de trabajo: «Poemas,
deseos, cartas. Aporte voluntario».
Los transeúntes se detienen ante la invitación del escribano:
—Hacemos el poema para la dama —dice el hombre a quienes pasan en pareja.
Los aludidos miran y la risa nerviosa de ella es una invitación para que el joven acompañante se arriesgue a reafirmar el
amor con los versos del poeta callejero.
—Vale —decide el joven mientras dice.
—Hágale un poema a ella.
El hombre de los poemas pregunta
—La novia o la esposa
—La novia —responde el muchacho.
El poeta se concentra en la máquina de escribir y teclea
ininterrumpidamente. El repiqueteo sobre el papel suena como una pequeña
ametralladora. La campanita va marcando el final de los versos. De repente el
hombre detiene el teclear, saca el escrito del rodillo y se lo entrega al
muchacho.
Como los metidos somos así, yo digo: —Pero lea el poema
El joven me mira y decide —Vale: léalo —le dice al escritor y le entrega el
poema recién terminado.
El hombre lee:
No me canso de
amarte
porque cada que
llegas a mí
se vuelve
viernes de fiesta
mi existencia.
Entonces te digo
las palabra de
amor
que me inspira
tu presencia
para que nuestro
encuentro
sea festejo sin olvido.
La chica agradece a su compañero con un beso y se pierden en el bullicio de la calle.
Saco mi grabadora, compañera del oficio de preguntón sin medida que soy y le digo si quiere hablar conmigo.
Mi nombre es Santiago Serna —dice con marcado acento paisa.
—Ese acento extranjero delata su origen —digo para iniciar la charla. El hombre ríe.
Le cuento que me ha causado curiosidad verle ahí en el Bulevar en medio de la gente escribiendo en su pequeña portátil antigua.
—A esto —dice acariciando su máquina— yo le llamo «un piano de letras» y es mi cómplice en ese deseo mío por escribir, casi una obsesión por hacerlo a costa de lo que sea necesario. Es un medio de expresión en el que yo puedo escribir donde quiera, en cualquier momento».
«Digamos que lo que yo hago es hecho con “inteligencia artesanal”, ahorita que está en boga la Inteligencia Artificial, y es salirse de esas dinámicas para volver lo que funcionaba sin una obsolescencia programada, sin programación neurolingüística, y hacer versos o cartas de forma tal que cualquiera que llegue pueda llevarse un mensaje para alguien, para un ser querido. Recibimos un aporte porque lo mío es también un oficio».
«La escritura, me han dicho, se hace en silencio. Por eso cuando alguien llega y yo me pongo a escribir, todo lo demás queda callado y estoy yo con el papel; ese rectángulo en blanco que permite todas las posibilidades»
La gente se acerca para que usted
les escriba un poema; ¿Cuál es el tema que más le piden?
«Poemas de amor, gran tema de la literatura, junto con la muerte, otro gran
tema de la poesía. Me piden muchos poemas para seres queridos: para parejas,
para los padres, para los hermanos. Para uno mismo también.
¿Le solicitan poemas de desamor?
También. Me piden poemas, digamos, de duelo. De desamor, es decir, ese
sentimiento ya imposibilitado por las circunstancias, pero que está ahí latente
aún. Eso es una forma de sanar todo lo que se tiene dentro y que a veces no es
capaz de describir, de expresar.
¿Y usted es solamente un poeta de
piano de palabras o también tiene libros publicados que se van con los
lectores?
«Tengo uno de cuentos que se llama Vidas
cruzadas, y un libro de teatro sobre el Popol Vuh. Se titula El libro de la espera. Tengo otros de
Valledupar, hice una antología con unas historias que me contaron y también un
libro de Haikus, poesía tradicional japonesa».
¿Cómo hace los versos? ¿Cada verso
es único o se llegan a repetir?
«Digamos que hay una tradición
poética que no puedo ignorar, grandes maestros, desde Safo de Lesbos, pasando
por la Edad Media, El Sigo de Oro, hasta nuestros días.
Yo no puedo dejar de lado esa tradición y sé muchos poemas de memoria.
También en ocasiones comparto esos».
Todo no puede salir de mi cabeza porque a veces, esa fuente se agota, se
cierra esa llave, pero por lo regular, trato siempre de crear algo novedoso.
Uso, juego de palabras, metáforas. La poesía, al fin y al cabo, es escribir con
imágenes. Observar esas imágenes que se rozan y que forman figuras.
Un poeta que usted admire y ¿por
qué?
«Yo admiro a un poeta que pocos conocen: se llamaba Jhony Albino Arenas,
fue amigo mío. Es de Nechí, Antioquia, y le escribió a la montaña, al río, a
las mujeres.
—Recuerda algún poema de él —pregunto
Si; y declama:
Voy a sentarme
aquí
a echar piedras
en tus caminos
para hacerte los
días tortuosos
y las noches aciagas
y tengas que
desandar tus pasos
hasta mí.
Voy a sentarme
aquí
a sembrar
cortaderas en tus caminos
para que tus
delicados pies
se agrieten
–como dicen-
en carne viva
y tengas que
volver
-niño del amor-
tus pasos
hasta mi terruño.
No lo sabrás
pero todo cuanto
toques
se marchitará
cuando ya no lo
mires
no lo sabrás, los
buitres
siempre cantan
sobre mí.
¿Qué es para usted el amor?
Piensa un poco.
Luego dice:
El amor es eso,
como decía Rubén Darío: «tan molesto, tan cruel, tan desgarrador, pero que sin
él no podríamos vivir».
¿Qué le pone triste?
«Que me saquen de los parques públicos porque el arte debe tomarse las
calles y Espacio Público, siempre está encima y nos corre. Sucede con
frecuencia que me sacan de los parques públicos. Yo no soy un vendedor
ambulante, yo soy poeta y hago poesía con mi máquina y me gustaría que alguna
vez me dejaran ubicar donde yo quiera para escribir. Solo eso le pido a la
Administración Pública».
¿Qué le pone alegre?
«Una sonrisa; que alguien lagrimee después de que le doy un poema.
¿Alguna vez alguien le ha rechazado un poema
porque no le gustó?
Sí, claro. Y lo vuelvo a
hacer hasta que quede satisfecho.
¿Qué es lo mejor de ser poeta de la calle?
«La libertad. Dedicar el
tiempo de mi vida —porque eso es lo que le vendemos a las empresas, el tiempo
de la vida— al arte, a la poesía, a inventar versos en donde yo quiera.
¿Y cuando no estás embriagado de palabras y se
toma un vino; ¿Qué canción le gusta escuchar?
«El día que me quieras de Gardel.
—Tiene buen gusto —le
elogio
Un verso que me quiera
reglar para mi retorno a casa
Pasarán estos días
como pasan todos los días malos de
la vida
sanará la herida que te aqueja
y dirás: cómo he podido, anegado y
consumido
llegar a puerto con la velas rotas
y una voz te dirá; ¿Que no lo sabes?
el mismo viento que rompió tus alas
es el que hace volar a las gaviotas.
¿Si usted estuviera haciendo esta entrevista que le preguntaría al poeta
que lo habita?
«¿Qué si nunca se le acaba la
inspiración? —Le pido que responda.
—Y responde:
Sí. Se me agota. La página en
blanco, «la terrible mirona» como la llamaba José Manuel Arango, gran poeta del
Carmen de Viboral.
Le doy las
gracias. Y como entre poetas compartimos
palabras, le regalo para su regreso a Medellín mi poemario New York no es el cielo, para
que mis poemas se vuelvan callejeros, para que se hagan gitanos en las manos
del poeta y él alguna vez toque mis versos en su piano de letras.
0 comments:
Publicar un comentario
Sus comentarios son importantes para mejorar . ¡Gracias!