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Por: Manuel Tiberio Bermúdez
Ya son varios los días que por todos los
medios se viene promocionando la temporada taurina de Cali, “la mejor de
América” asegura la publicidad.
Y cada tarde, mientras duren los festejos
taurinos, estos son los cuadros que veremos en la Monumental y sus alrededores.
Las otras faenas, la de la lucha cotidiana por el pan, las faenas del hambre.
Son las dos de la tarde en la Plaza de toros de
Cañaveralejo de la ciudad de Cali, Valle del Cauca, Colombia Sur América, que
por esta época realiza la Temporada taurina de esta Feria de Cali, que según los anuncios
comerciales es “la mejor de América”.
Hay agite en los alrededores de esta
imponente construcción en la que luego de dos horas, a las 4 en punto de la
tarde, los clarines y timbales anunciaran, a una muchedumbre achispada por los
efectos de varios días de trago y festejos, que comienza una nueva faena
toreril en donde correrán por igual, litros de licor y litros de la sangre de
los toros que servirán de divertimento para estos seres humanos que no se
hastían de la sangre de la violencia que los rodea; parecería que quieren ser
ellos mismos protagonistas y participes, de alguna forma, de la muerte que
minutos después victorearan y aplaudirán en la Plaza, como un homenaje al
triunfo de la capacidad destructora del hombre.
De la web |
El Paseíllo
Aquí afuera ninguna amazona parte plaza. No
hay trajes costosos ni vistosos, aquí afuera, desde muy temprano muchas son las
personas que han llegado desde los extramuros de la ciudad a ubicar, en donde
puedan, sus improvisados puntos de venta de Manzanilla, sombreros, botas, y
muchos cachivaches más que los aficionados compran para usar durante la corrida.
No hay timbales ni trompetas anunciado que
la suerte esta echada para conseguir unos pesos con los que sustentar a sus
familias que aguardan esperanzadas que esta vez si haya con que comprar lo del
sostén diario.
La lidia
Para estos hombres y mujeres de afuera de la
plaza, la faena ha comenzado desde hace varios días, muchos quizás, para sus
anhelos de una oportunidad mejor. Aquí no hay lances de tanteo, solamente
gritos para ofertar sus pobres y baratas mercaderías.
Una carrera hacia un lado buscando a ese
señor de porte distinguido que parece puede comprar una botella de manzanilla,
o una bota, o un sombrero para la bella mujer que estrena sonrisa escote
profundo y silicona para esta temporada. No hay subalternos... hay competencia
y dura, pues muchos han pensado en la misma posibilidad de subsanar sus
precarias economías en esta época de feria.
Mientras desde afuera se oye la trompeta que
anuncia el cambio de tercio, acá afuera, bajo el sol inclemente y el sudor que
corre por sus rostros, se cambia únicamente de volumen al grito para anunciar
el producto que esforzadamente se busca vender.
Banderillas
Están a cargo de la autoridad que corretea a
los revendores, que además se encargan que otros de los que se rebuscan en los
alrededores no molesten a los asistentes a la plaza con el ofrecimiento de sus
productos.
Brindis
Adentro, un torero orgulloso y bien pago
ofrece la muerte del toro a una bella mujer o a un político en trance de
notoriedad o a un amigo o al respetable que aúlla de emoción porque minutos
después el espada de turno arrancara de sus gargantas alicoradas los más
fuertes oles de la tarde.
Afuera, al calor inclemente de la jornada,
acicatea las ansias por hacer la última venta a los rezagados, que por los
efectos del guayabo llegan ojerosos y mal dormidos a disfrutar del espectáculo.
El brindis no tiene frases lisonjeras solamente: “lleve la bota doctor”,
“cómpreme el sobrerito para la señorita caballero”.
Muerte
Adentro en la plaza con forma de copa
champañera el respetable brama los últimos oles mientras el espada de turno
iguala a su enemigo (según el relato de los locutores especializados); afuera,
los vendedores empacan sus mercancías para irse a otro punto de la ciudad en
donde el publico que asiste a los diferentes espectáculos son sus potenciales
compradores... aquí ya esto terminó.
Y mientras adentro el matador se vuelca
espada en mano sobre el morrillo del astado, victima de turno de las ansias de
sangre del respetable, afuera los vendedores se van con sus baratijas, mientras
otros que han sido cogidos en flagrancia van rumbo a cualquier estación
policial.
La tarde va cambiando. De la luminosidad
solar a la de las luces artificiales bien dispuestas, que por esta época
engalanan la ciudad. Adentro, en la plaza, el torero da vueltas al ruedo
mientras una muchedumbre, con orgasmos de felicidad por la labor que realizó el
matador, lanzan botas, y claveles al individuo cuyo traje refulge a las
primeras luces que han encendido para iluminar el redondel.
Indiferente y olvidado por todos, el toro
protagonista de esta matanza, es arrastrado con los ojos aun abiertos y
brillantes hacia la puerta del olvido y de la noche que ya empieza a ensombrecer
la ciudad.
Otros protagonistas, los de las faenas del
hambre, apenas han tenido tiempo de un descanso para continuar la jornada en
busca de un salario con que calmar las necesidades a sus familias, con que
pagar los impuestos, con que tratar de que su prole parezca feliz. Pero eso forma parte de lo que
tenemos que vivir, de todos modos: ¡que viva la feria¡